Por: Marco López
Las tecnologías en la educación han de estar, pues, al servicio de la sociedad, procurando la mayor eficacia en la comunicación, pero fomentando el conocimiento y la interacción social de los ciudadanos. Los medios de comunicación son, en definitiva, instrumentos de mediación de la dinámica social. Según Barbier, toda sociedad se organiza y no puede funcionar en el tiempo más que a través de múltiples útiles de mediación, entre los cuales destacan los mass media (Barbier, 1996: 6). Sin embargo, su uso variará, entre otros factores, en función del grado de desarrollo tecnológico. Toda tecnología nueva permite una utilización diferente de los medios de comunicación tradicionales. Sin embargo, la verdadera revolución tecnológica de la sociedad de la información se halla en la multiplicación de las formas de comunicación, y en la posibilidad que se abre a la intercomunicación a distancia. Es lo que Lazar denomina "sociedad comunicacional", aquella en la que cada individuo podría estar en relación con todo el mundo. El universo de los media -escribe esta autora- ya no está limitado a los mass media. El satélite, el magnetoscopio, el correo electrónico forman ya parte del universo comunicacional de los hombres (Lazar, 1991: 199-200
Este nuevo universo comunicativo sigue siendo, sin embargo, desigual. Pues, la disponibilidad y el acceso a los nuevos medios vendrán determinados por factores tecnológicos y económicos. Los desequilibrios económicos están configurando igualmente un panorama mediático desigual. Por lo que los beneficios que indudablemente comportan las nuevas tecnologías de la comunicación se producirán en primer lugar, como así ocurre, en los países de mayor desarrollo económico, y su expansión vendrá determinada por los criterios de quienes detentan la tecnología. La colonización tecnológica se produce, pero también puede producirse el aislamiento tecnológico.
El acceso del público al conocimiento científico y tecnológico, que podríamos localizar a finales de la década de los sesenta, coincidiendo con la expansión de la televisión, es uno de los fenómenos sociales más trascendentes de este final de Milenio. Este hecho no se hubiera producido sin la decisiva participación de los medios de comunicación social, actuando como intermediarios entre el ámbito científico y el público. A partir de este proceso de comunicación social se consolidan también una serie de movimientos protesta en contra de determinadas líneas de desarrollo tecnológico (organizaciones ecologistas o feministas, asociaciones pacifistas o grupos contraculturales). La ciencia y la tecnología, de este modo, se transforman en objeto de análisis y debate político. Surge una conciencia colectiva en torno a los riesgos e impactos que producen una ciencia y una tecnología fuera de control (González et al., 1997: 5). Por tanto, asistimos desde la década de los sesenta, a una revisión de la imagen social de la ciencia y de la tecnología que ha propiciado incluso que los gobiernos occidentales hayan empezado a revisar las políticas científicas, haciendo hincapié en el control y en la participación pública en el desarrollo científico-técnico. En este sentido, debería ser la sociedad la que controle, a través de determinados mecanismos democráticos, la toma de decisiones sobre las líneas de investigación científica y tecnológica. Además del aspecto político, que incide decisivamente en los estudios sobre desarrollos científicos y tecnológicos, hay que tener en cuenta el factor educativo. La formación en ciencia y en tecnología es fundamental a la hora de crear una opinión pública socialmente concienciada. Las distintas líneas de investigación sobre Ciencia, Tecnología y Sociedad (CTS) han ocasionado un impacto tan importante en el mundo académico e institucional que en EEUU y en los países europeos ha repercutido decisivamente en los programas educativos e institucionales (González et al., 1997: 6).
Por : Marco López
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